miércoles, junio 07, 2006

El niño que soñaba

Hubo una vez un niño que soñaba. Recordaba sus sueños, aunque algunas veces no pudiera explicarlos, había una imagen en su ser que no se borraba durante todo el transcurso del día hasta volver a tan bello reino.
Hubo una vez un niño inocente que soñaba y disfrutaba haciéndolo. Ese era su mundo y nadie más lo conocía.
Poco a poco fueron pasando los años y el niño fue creciendo en medio de ese ambiente casi irreal. En algún momento surgieron cuestionamientos dentro de él, intenciones de llevar el sueño como una filosofía de vida. De realizarlo, y para ello necesitaba darle forma, ampliarlo en todo su entorno, volverlo factible. Entonces, el niño, ya no tan niño, contó su sueño a todos los que veía frente a sus ojos y también, frente a sus ojos, vio como ese sueño caía destrozado ante la incomprensión cruel y perversa.
Entonces el niño juntó los fragmentos dispersos por el suelo, mezclados con sus lágrimas y su resto de inocencia, y los guardó en una caja de cristal muy dentro suyo, donde nadie pudiera verla, donde nadie pudiese lastimarlo. En ese momento tal vez creyó hacerlo para resguardarlos…pero luego simplemente los olvidó, tan despacio, tan gradual que nunca fue capaz de notarlo.
El tiempo, cosa impuesta y maniática, nunca se detiene, y el niño devino en un hombre.
Un hombre que alguna vez recordaba haber tenido algo parecido a un lugar maravilloso solo para él. Pero al instante le echaba más y más pensamientos a ese recuerdo incorrecto con la finalidad de taparlo. Porque…¿Cuándo él había vivido en un lugar así? Nunca, su vida siempre estuvo plagada de obligaciones y responsabilidades y preocupaciones. No existía un lugar así, no, definitivamente. Y en el fondo tenía miedo. Miedo de estar volviéndose loco, tenía miedo de contar eso que veía y que le hagan un vacío social por considerarlo rarito. Porque eso sí lo había vivido y lo recordaba. Siendo más chico, entre sus compañeros de clase y él había un vacío. Siempre lo burlaban, pero no recordaba por qué habían empezado a hacerlo. Y también recordaba el esfuerzo de integrarse al grupo, de ser uno más, de pertenecer, sólo para sentirse seguro y tener un cierto status en el estrato social al que querría corresponder. Para ser como ellos debía actuar como ellos, así que fue él quien comenzó a burlarse de los raritos al mismo tiempo que el grupo empezaba a tomarlo en cuenta. No, definitivamente no iba a perder su reputación y su postura por arriesgarse a contarle a alguien ese recuerdo inexistente. Además, lo estaba logrando. Esa visión cada vez aparecía con menos intensidad y más paulatinamente. Confiaba en que prontamente dejaría de turbarle, y para lograrlo cada vez que aparecía lo ignoraba con empeño.
No iba a echar por nada la comodidad que poseía, lo que él consideraba que había sido un sacrificio de su duro esfuerzo y trabajo para lograr ser quién era. Porque, después de todo, él era una gran persona, siempre era el primero en dar las primicias de los diarios, siempre tenía tema de conversación en las reuniones, ya sea hablando de la incapacidad de adaptarse de algunos sujetos a los que consideraba débiles, de la supervivencia del más fuerte o de sus conquistas sexuales, entre otros temas; él siempre se destacaba. Se llenaba la boca hablando de temas importantes, como los partidos de fútbol, las reuniones en los lugares de moda, la mujer del jefe, lo mal del trabajo, la política y el país. Memorizando una y cien veces citas de libros que a veces ni siquiera comprendía, pero sabía que eran impactantes en los encuentros con personas a las que deseaba impresionar. En el fondo despreciaba y desvalorizaba a la gente, creía ser él el único inteligente. Pero a su vez necesitaba de ellos para no perder su calidad de pertenencia.
Un día del caprichoso tiempo fue que nos cruzamos. Lo conocía desde niños y recordaba el día que él había decidido contar sus sueños. Yo no había estado allí, cuando tomó la decisión, pero las palabras pueden ser más veloces que un río y me enteré poco después, escuchando como una y otra vez se desquitaban hablando de la locura del niño soñador. Siempre lamenté no haber podido estar allí, al menos para ayudarle a recoger los pedazos quebrados y dispersos.
-¿Seguís soñando?- Le pregunté con una sonrisa.
Me miró indiferente. - ¿Qué es un sueño sino una ilusión, una mentira?
Sí, le enseñaron bien. Aprendió a tener miedo de sus propios sueños, a olvidarlos. Aprendió a tener miedo de sí mismo. Cosa mala, cosa loca. Censurala, erradicá eso que no es bien visto.
-Había lugares hermosos en tus sueños, querías vivir allí, querías volverlo real.
Y aquí la indignación en su porte. Y su mirada furibunda, se había sentido descubierto, tocado, debía atacar lo que hacía peligrar su renombre – Nunca tuve esas cosas de las que hablás, eso es cosa de locos. La vida hay que vivirla como se debe, no perdiendo el tiempo en cosas estúpidas. Yo creo en lo que veo y lo que veo es que estoy gastando tiempo acá, tengo obligaciones que cumplir.
-Es una lástima que optaras por guardar tus sueños con el paso del tiempo, me hubiese gustado ayudarte a recomponerlos, y darte de los míos, en caso de que los necesitaras para llenar los espacios vacíos hasta que los tuyos se hubiesen curado.
No me contestó, solo dio la vuelta y se fue hacia lo gris.
Me senté en un banco que daba frente al río, envuelta en el rumor de las aguas. Y mientras éstas susurraban a mis espaldas, veía pasar pies yendo y viniendo, sin detenerse, a paso apurado y tenso. Pies de niños que, antes, hace muchísimo soñaban con lugares maravillosos. Pies que ahora llevaban seres devenidos en hombres y mujeres adultos. Hombres y mujeres correctos, viviendo como se debe.

martes, junio 06, 2006

Palabras, hermosas espinas

Hola día, aquí estoy para que te clavés dentro mío, como tantas veces lo has hecho, como una más lo harás.
Me pregunto....me pregunto qué es lo que preparás hoy para mí, cuáles son las artimañas que deberé sortear y los artilugios con los que intentarás engañar mis cansados ojos.
Si supieras, día, cuantas veces me has hecho llorar. Pero, oh, olvido. Vos sabés, pero también ignorás, tenés esa ambigüedad incuestionable.
Y aquí estoy, día. Adelante, clavate en mi carne, en mis entrañas.
Pero antes dejame respirar profundo sólo una bocanada más.

domingo, junio 04, 2006

Círculo imperfecto

Nunca me gustó la perfección. Tampoco me gusta la palabra. La siento vacía, la siento ajena.
En el afán de perfección nos perdemos nuestros pensamientos inconclusos, nuestras mentes retorcidas, nuestros sentimientos deliciosos, nuestras lágrimas agrias.
¿Qué es la perfección? ¿Por qué tantas veces nos esmeramos por lograrla, dejándonos a un lado hasta a nosotros mismos?
¿Acaso cuando encontramos esa perfección aparente es que en realidad somos felices?
No lo creo, dejando todo detrás por esa incesante búsqueda, cuando la culminamos no hay nada mas que vacío delante de nuestros pies y vacío detrás de ellos.
Perdemos todo en pos hallar de una esfera hueca y dentro de la esfera pasamos a ser nada más que una cáscara que envuelve la nada.


Me quedo mirando el mundo con mis círculos imperfectos, sabiendo que todavía puedo ver mi reflejo en un charcho de agua.....